Cae la noche en nuestros páramos castellanos y sobre la escarcha que sujetan gramíneas en torno a lodazales y riberas, se oyen los sonidos que vaticinan la inminente “monta zorruna” de nuestro “Vulpes vulpes”, que por estas fechas anda encelado y más caliente que los camioneros de la M-30 a los que daba caza el pragmático “Bartolo”.
Los ladridos, chillidos, gruñidos y aullidos serán la señal inequívoca de que nuestro zorro está buscando una buena zorra, o dos si se tercia ya que tanto el raposo como la raposa practican la poligamia, ahora, eso si, el macho a velocidades supersónicas ya que el periodo en que la hembra se muestra receptiva es de solamente entre tres y siete días. Respecto a éste hecho me invade una pequeña duda semántica y, es que no entiendo porque a la mujer promiscua se la denomina “zorra” y al hombre promiscuo y follador no se le llama “zorro”. Si alguien me lo puede explicar se lo agradecería.
Bueno, volviendo a lo nuestro, hay que decir que los zorros españoles constituyen una raza un tanto especial ya que tras un estudio realizado en 1907 con animales procedentes de Silos, en Burgos se le “adjudicó” la subespecie “silacea”. Así, nuestro “Vulpes vulpes silacea” en vez de exhibir un color rojo fuerte y más bien uniforme, muestra un bonito pelaje con matices amarillentos, rojizos y grisáceos amén de ser de menos talla y peso que sus primos continentales.
Desarrollándose el “celo vulpino” en pleno invierno y sumado a que éste año no hay abundancia de topillos ni ratones silvestres los raposos se dedican a llenar sus posaderas de los escaramujos de la “Rosa canina” (rosal silvestre) y pasando buena parte del día alrededor de nuestros pueblos y ciudades dando buena cuenta de los basureros que se disponen alrededor de las mismas y, es que en periodo de crisis no se libran ni los buenos “zorros”.
1 comentario:
me gusta, bien redactado, enorawna por el blog
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