Los pueblos celtas y germanos
identificaban en los árboles, especialmente en el roble, a alguna de sus más importantes deidades. Estos formidables seres vivos eran
considerados como espíritus protectores y fecundos
favorecedores de la vida. Su veneración estaba tan arraigada que el Cristianismo de los primeros siglos no tuvo otra opción que “absorber para sí” y adoptar aquel culto de inmediato. La Iglesia introdujo otro
árbol de acuerdo con sus intereses como es el abeto, por su forma cónica y triangular, cuyos tres vértices
representaban el mayor misterio del cristianismo: la Santísima Trinidad.
Aceptar este cambio no resultó muy complicado para los pueblos germanos ya que con ésta nueva adquisición se veían favorecidos por la protección de un nuevo dios. De ésta manera y progresivamente el árbol de navidad entró en nuestros hogares. Así, las primeras noticias de la colocación de abetos o pinos en el interior de las casas germanas se remontan al siglo
XVII y provienen de la región de
Alsacia, zona fronteriza entre Francia y Alemania.

A principios del siglo
XIX el árbol de navidad se extendió por toda Inglaterra y a finales del mismo siglo ya era costumbre su colocación en las casas de
prácticamente todo occidente:
Norteamérica, Europa y Canadá. Es ya en el siglo
XX y gracias al cine y a la televisión cuando esta costumbre se generaliza en gran parte de nuestro territorio, no sin pocas reticencias.
En muchas zonas de la geografía Española se celebran los “mayos”, fiesta en la que se engalana un vigoroso tronco de árbol como claro símbolo de la fertilidad natural y que suele coincidir con el primer domingo de dicho mes. En nuestro país no pocas personas ven en ésta tradición un antecedente del árbol navideño.
El gran Francisco de
Goya retrató, como no, ésta viva tradición de nuestra piel de toro en su cuadro "El árbol de Mayo".

Un saludo