Estoy en Venta de Baños, feudo de uno de los crosses más bellos y castos de nuestra piel de toro. Pero estoy de paso, es más, ahora mismo ya ni estoy. Grupo Siro rezan las letras que en blanco rotulan una de las muchas naves que atestan las afueras de este pueblo castellano. Me voy como el tiempo, tempo fugiens, como dirían nuestros antepasados, como el verano pasa tras una puesta de sol o corriendo tras la mirada del ya nuestro cangrejo americano, que vino con el plan Marshall y se le olvidó el camino de regreso a su casa.
Hace mucho tiempo que los de mi generación hemos dejado atrás los felices años de nuestra infancia, de nuestras tardes perdidas viendo como los caballeros del zodiaco recorrían la galaxia sin combustibles pegajosos y dañinos como los que hoy enmarañan las patas de los pelícanos del golfo de México o como los que hasta no hace tanto colonizaban las rías de una tierra tocada por las Meiras.
Como decía, el verano se pasa como la vida, al fin y al cabo, éste suele ser un feliz resumen de lo que el calendario romano nos ofrece durante los 80 años que si tenems suerte llegaremos a contar. Por cierto, el 5 de Junio mi visabuela Abilia ha cumplido el siglo, y es que es una suertuda.
Estoy muy lejos ya de esas mañanas de estío en las que me levantaba como un resorte al escuchar la "Alfa laval" de mi abuelo, cuando todavía no se había levantado el sol quien escribe ya estaba como un clavo en la cuadra dando compañía y subrrealista conversación a yeyo, mi abuelo, que con boina en ristre se me antojaba el mejor jugador de baloncesto del mundo cuando después de limpiar las ubres a las vacas y como antesala de la inminente puesta en escena de la ordeñadora metía desde la friolera de metro y medio de distancia el paño sucio en un caldero lleno de agua y despojos varios. Hoy bajo el prisma de los años y con alguna que otra esperiéncia bajo la chepa puedo decir que si algún día mi nieto, si es que lo tengo, se levantara a esas horas para acompañarme en el trabajo vespertino está claro que no podré decir que he acuñado una fortuna en vida pero posíblemente seré el abuelo más feliz del mundo, al fin y al cabo dicen que no todo en la vida es el dinero ¿no?.
Imagen tomada a mi paso por el pueblo Palentino de Paredes de Nava
Bueno, como os iba contando hace un rato, hace apenas media hora y sobre las traviesas de Venta de Baños, el tiempo pasa muy deprisa, me gusta, nos invita a disfrutarlo y paladearlo, pero también nos invita a renegar de él, a darlo por perdido, a no acuñar las cosas importantes que en la vida nos rodean. Nos invita a recordar estrofas pasadas y equipararlas a poemas futuros con las consecuencias desastrosas que las malas comparaciones acarrean sobre las mentes débiles y desidiosas.
Me veo en el pueblo, pedaleando sobre un rocinante rojo con riendas blancas donde ponía el nombre del herrero, orbeo u orbea se llamaba, ya me falla la memoria. Me lo compró mi abuelo, el otro yeyo, el de León, mi confesor futbolero, el de la barriga y las sardinas bajo el cerezo de el Bosque (finca que mi familia posee en Oteruelo). Hace mucho tiempo que no disfruto los veranos como los disfrutaba, ahora me da la sensación de que el verano es una añoranza bajo la nieve y un recuerdo de la infancia cuando el calor zozobra. Antes, hace apenas 10 años la palabra verano tomaba su máxima esencia cerca del río, entre los maizales o haciendo fabulosas kilometradas a lomos de rocinante para ir a pescar a lo furtivo en el vedado de Mansilla de las mulas. La verdad es que no se nos daba nada mal, tirar la cucharilla en este salto de agua digo, mientras uno vigilaba los otros nos metíamos debajo de el puente y a lo nuestro, madre mía que cerracinas preparábamos entre Josué y yo en un santiamén. Esto cuando no me calzaba las zapatillas de camping y marchaba con mi abuelo a por lampreas con el trasmallo, o con el tenedor y las manos desnudas a por cangrejos o barbos de los que más tarde presumíamos e incluso vendíamos al ya desaparecido bar del pueblo.
Un pueblo sin bar es como una barra americana sin putas, puede que preparen unos mojitos y unos cubatas estupendos pero le falta la esencia, el porque de que los aldeanos hagan amigos del gremio del camión en el medio de la nada, en el Km 56 del pajar Castellano, mi Castilla.
Quiero volver a los años en los que hablar con el lechero a las siete de la mañana era lo más normal del mundo, quiero volver a ese 1 de Septiembre en el que entraba de nuevo por la puerta de atrás en una civilización atrasada e inculta de sensaciones llamada ciudad, quiero que las edificios de mi León vuelvan a parecer rascacielos y que la primera casa que vea a mi llegada del pueblo parezca el Empire State de Nueva York. Quiero que mis amigos me vuelvan a llamar a la puerta de casa a voces mientras descabalgan de sus monturas y yo salgo corriéndo medio en pelotas por el corral quitándome de encima a Sila, mi perra. Que tal Sila, espero que allá arriba o debajo, me es indiferente, te acuerdes de mí, como nos queríamos eh.
Como será el cielo canino, creo que debe ser lo más parecido a un manicomio donde Portos hace de San Pedro y Escubidú se encarga del timo de las estampitas de puertas para adentro. Quiero vivir un verano como los que vivía antes, de esos de tres meses en los que recargabas unas pilas ya de por sí atestadas de energía y rebosantes de ilusión.
Fin del Viaje
2 comentarios:
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